Qué extraño
reconocerse en la rugosidad del pangue
en la forma irregular de los árboles barbudos
la vellosidad escalonada en el brazo de una costilla de vaca
el despliegue de sus dedos múltiples
en la frondosidad desnuda, elevada, espesa
coronando la columna oscilante de los ñirres viejos
recortada contra un cielo azul, mudo y polar
la indiferencia lejana del cirroestrato
en la pausa de su floresta mecida por el viento
allí estoy
en la sombra densa y húmeda que mora en las raíces del bosque
en el tronco partido, en el brote nuevo que nace de su fractura
en los nudos del hualle
también allí me reconozco
en las telarañas inconclusas
en la ternura del musgo
no finjo discurso, no aventuro palabra en este santuario
el tránsito de los insectos es más verdadero
el canto del chucao me evoca una lengua perdida
este silencio
esta complicidad plural y desbordante
me habla
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