jueves, noviembre 13, 2008

Esperanza y la Hora de los Espejos





















Nuestra época es oscura y, probablemente, su hora más sombría aún no ha llegado. En ocasiones, tengo miedo de pensar en lo peor que podría pasar. Imágenes de la historia del hombre me evocan sufrimientos que sinceramente no sé si sería capaz de soportar. Sé y entiendo que el ser humano puede adaptarse a cualquier circunstancia, pero igualmente concibo que el precio de sobrevivir en tales condiciones puede ser tan alto, que se me hace del todo aborrecible representarme tal escenario. Y sin embargo, el rumbo de nuestro mundo me hace no imaginar, sino saber que, en una hora que no conozco, será el desastre. Las causas concretas y el guión de esa historia no las sé, pero lo único que espero es que no me toque a mí ni a los míos vivir esa jornada.


Pensar de este modo, ya lo sé, puede sonar,
desproporcionado, catastrofista, y hasta paranoico, acerca de lo cual no sé muy bien qué decir. Sinceramente espero estar equivocado, aunque confieso que si veo así las cosas, no es porque me apegue a la primera alarma de caracter profetico que proclame el fin del mundo en algún canal de la televisión por cable mientras promociona cruces de San Fulanito y pócimas para la abundancia y el éxito. En verdad no estoy muy convencido acerca de que la divinidad vaya a intervenir sobre nuestro destino próximo, o que antiguas razas extraterrestres vayan finalmente a presentarse ante nosotros con quizá que extravagantes propósitos. Me parece que el problema es más sencillo. El modo en que hemos venido habitando este planeta sencillamente ha llegado a su límite. La manera en que nos relacionamos con nuestros recursos, pensando en ellos como recursos y no como vida que crece más allá de nosotros; la grosería con la que despilfarramos nuestras fuentes de energía; el trato impersonal, arrogante, agresivo, superficial o indigno que tenemos con la mayoría de los congéneres que no son nuestros seres queridos (y hasta incluso con ellos), sencillamente ya no es un modo de vida capaz de sustentar nuestra existencia a largo plazo, lo cual me hace pensar que, para bien o para mal, este capítulo se apresta a su cierre. Cuándo y cómo, no lo sé - la historia suele tomarse su tiempo.

Pero entonces, ¿es el fin de nuestros días? ¿Se acabarán para siempre las intrépidas hazañas y aventuras del homínido hombre? Nadie lo sabe. Pero por suerte, saber no es lo mismo que esperar. Después de todo, es el hombre el que ha ingeniado el modo en que vive. Son las personas las que han decidido (aunque sea plegándose a lo que hacen los demás) que necesitan de determinadas condiciones materiales para sentirse satisfechos, trabajar para tener una televisión, un automóvil, una casa bonita, y la educación suficiente de sus hijos como para que también ellos puedan trabajar para tener una televisión, un automóvil, una casa bonita y educación para sus hijos. No es malo aspirar a esto o tener otras necesidades personales, pero debemos cuestionarnos el modo en que satisfacemos estas estas necesidades, e incluso reconsiderar si algunas de ellas son en verdad prioridades para nuestra vida. Debemos aprender a vivir de nuevo, cambiando no sólo nuestras costumbres, sino que ante todo nuestra manera de ver las cosas. Cada individuo debe comprender que él no es el centro del mundo, y que por lo tanto, su forma de entender las cosas no es la verdad. Es bueno que valore cosas, que se aferre a determinadas convicciones y que de todo de si por lograr ciertas cosas, pero quizá está equivocado, por lo que nada lo autoriza a imponerse por sobre otras personas. Menos aún si a menudo ignora esto e ignora gran parte de sí, cegado por su inconsciente fervor a sí mismo. Pues para cada uno siempre habrán excepciones, circunstancias insólitas en las que lo que pasó, pasó, las veces en que me olvido de una luz encendida, en que miento para mi interés personal, en que busco descaradamente y en silencio mi propio bienestar y placer. Cuando nadie nos mira, aparece la sombra.
No se trata de promover nuevos mandamientos ni de seguir juzgando al prójimo. Es hora de juzgarnos a nosotros mismos y hacer la requerida sentencia sobre nuestra forma de vivir. No se trata de hacernos monjes, sino de dejar de ser tan hipócritas y autocomplacientes. Es la hora en que nos miramos al espejo y reconocemos y asumimos nuestras faltas, no ante una imagen sobre un altar, sino que ante lo más sagrado que está en cada uno de nosotros. Somos vida y somos consciencia, y como tal, esa vida debe prosperar. Así, aunque la hora sea oscura, debemos cambiar nuestra forma de pensar. Sin engañarnos a nosotros mismos, pero sin deprimirse por lo que haya o lo que tenga venir. No es que tengamos que tener esperanzas, ¡tenemos que soñar con que el hombre llegará a las estrellas! Pues el hombre fue un simple primate que bajo de los árboles y que ahora lee sus peripecias en libros de historia y conoce la física cuántica. Recordemos los días venideros como aquellos en los cuales el hombre se sobrepuso a sí mismo, y luchemos por ser lo que todavía no podemos imaginar.



[puntos suspensivos]