miércoles, septiembre 30, 2009

versos ajenos

[Estoy tratando de creer...]

Estoy tratando de creer que creo
no es el mejor punto de partida
pero al menos dudo de mi escepticismo
como de una racionalidad sin antecedentes
no ha sido para mí, en su larga trayectoria
un particular motivo de orgullo.
Creer pero lo más lejos posible
de la iglesia católica y romana
a años luz del superpapa


Enrique Lihn.

lunes, septiembre 21, 2009

un símbolo incandescente
una puerta última
la certeza irrefutable
el regazo que cure todas las heridas
el final de la muleta
la moraleja sabia y prudente

nada de eso hay en estas palabras
si acaso un retrato del que sólo hay el contexto y puntos suspensivos.

de vez en cuando se pierde la fe en el punto final (.)

sábado, septiembre 19, 2009

invierno




Distante de la luz solar, intento subir hasta tí a través de mi invierno. Mas apenas logro dar con el sendero. Extraviado, se vuelve niebla la claridad diurna que otrora me hiciera percibir lo que concebí como verdad purísima, lucidez cristalina y las piezas del rompecabezas unidas todas bajo un sentimiento sin nombre, demasiado grande para el corazón de un hombre.
Supe que tendría que volver a mi casa, portando cual Prometeo una luz encendida en mi corazón, para así distribuirla entre mis iguales. Sin quererlo realmente, conduje mis pasos y bajé la escalera, obediente a la conciencia de lo que entendí sin dudar como necesidad, deber y urgencia.

Pero héme aquí. Cerré la puerta tras de mí y habité como los hombres. He gastado mi voz y mis manos, y poco es lo que he ganado. ¿Es muy mezquina mi queja? Sé bien que no es para mí la obra, mas mi corazón se desgasta y el fuego se apaga. ¿Dónde es que tenemos ir? ¿Qué era lo que tenía que hacer? Guardo en mi ser el mandato, pero ya no sé si lo entiendo.

Por las mañanas, despierto y me pongo mi traje para volver al mundo. Me pongo mis emociones, mis ideas, mis experiencias, mi forma particular de enfrentar las cosas, mis modos de relacionarme con la gente. Y es un traje que me pesa. Pues aún por unos instantes, logro recordar que no soy todo eso, o que cuando menos hay algo o alguien que incluso si yo, esta versión encarnada de un espíritu, muriera, sobreviviría. Segundos después estoy lavándome los dientes en mi uniforme.

Como ves, de vez en cuando deliro. Me duele pensar que me hablo a mí mismo, que le hago preguntas a las paredes y que mis esperanzas son equivocadas. Y en consecuencia siento frío y miedo. Porque entonces significa que estoy solo, y que he decidido caminar hacia la nada y el vacío. Me duele, ¿no lo ves? Porque me doy cuenta de que busco signos y puertas, y de que los encuentro, es cierto, pero sólo porque yo quiero que así sea. ¿Es así como debe ser? Porque si no es así, entonces deberé apagar la vela y olvidarme de este asunto. Volveré con mis hermanos, y entonces si estaré perdido. Porque ya no recuerdo como se vive de esa manera, cómo se gozan los días sin pensar en una tarea más grande, o cómo se dejan de lado las preocupaciones mayúsculas y ajenas para sólo salvarse uno mismo.

¿Hasta cuando he de encender esta vela?

miércoles, septiembre 02, 2009

transitar



En un planeta cualquiera, uno de aquellos con superficie fértil y atmósfera - en ningún caso uno de aquellos puramente igneos o gaseosos, ni de aquellas rocas desérticas expuestas a las radiaciones - transita un organismo. El organismo ha trazado espacios por los cuales transitar, y de acuerdo a intérvalos regulares, ha colocado instrumentos dieñados para indicar cuándo es legítimo avanzar y cuando le está prohibido de acuerdo a las convenciones que esos mismos organismos ha fijado previamente. Así, despreocupado de tales condiciones, el organismo transita hasta detenerse frente a una luz roja, o en todo caso ante lo que él cree que es rojo (no entiende que el color visible en los objetos no es más que la longitud de onda que el objeto justamente rechaza y que por ende no pertenece a él). Impaciente, espera por el verde, pero en el fondo espera algo más. Pues aún cuando cruza ese espacio que llama calle y golpea sus brazos contra el apretado tránsito inverso que conduce a sus semejantes (que van hacia el lugar que él abandona), su transitar es movido por un espacio vacío e invisible. Nada en sus costumbres, ni sus actos nutritivos ni sus hábitos intencionados hacia el placer, llena ese espacio. Así que trabaja, estudia, participa de intercambios simbólicos que bien pueden ser diálogos o reuniones, busca en lugares en que no ha estado, vuelve a aquellos ya ocupados, se encierra en casa, lucha doblega o conquista, se embriaga o altera su conciencia, se compromete o abandona a su pareja, protesta o se conforma a lo que a otros organismos semejantes les conviene.

¿En qué terminará este organismo?
Quizá encuentre la felicidad en aprender a convivir con sus costumbres y las de otros.
O quizá las preguntas tengan sentido, y haya un camino verdadero.

No le queda mucho tiempo para descubrir la respuesta.