lunes, octubre 27, 2008

El Sentido del Arte – Una Perspectiva

[Lo que sigue constituye un ensayo que alguna vez escribí para un sitio en internet, acerca del arte y su sentido. Falta quizá explayarse más en algunas ideas, pero quizá sea mejor que queden puntos suspensivos]

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"Ustedes hablaban sobre el sentido que tiene nuestra vida. Sobre el carácter desinteresado del arte... Por ejemplo la música. Ella tiene muy poca relación con la realidad. Más bien, si tiene alguna relación es mecánica, sin sentido, como un ruido fatuo, sin... sin relación alguna. Así y todo, ocurre un milagro: ¡La música penetra en el alma misma! Ese ruido, transformado en armonía, provoca una resonancia en nosotros. ¿Qué reacciona convirtiéndolo en un foco de sumo deleite, que nos une y nos conmueve?

¿Para qué hace falta eso? Y, lo más importante, ¿a quién? Ustedes responden: "A nadie. Para nada".

¿Desinteresado?
No. Difícilmente. Pues al fin y al cabo, todo tiene su sentido. Sentido y motivo."

Andrei Tarkovski, Stalker (1979).




¿Qué es lo que debe hacer, decir el arte? Contestar a esta pregunta resulta difícil. En verdad, supone una trampa que, de tomarse en serio, conduce a la arrogancia y la suficiencia. Pues dictar de antemano lo que una obra deba decir, aún basándonos en criterios filosóficos, psicológicos, políticos, económicos o religiosos, es algo que mina la producción artística misma. Hacer películas para vender camisetas es prostituir al arte, y en semejante calidad, el deleite que produzca no puede ser más que mezquino, breve y mentiroso.
No se puede decir entonces, de antemano, qué es lo que deba expresar o qué mensaje deba comunicar la obra de arte.

Pero entonces, parecería como si cualquier realización es válida. O más aún, no podríamos distinguir de ningún modo a una verdadera obra de arte de una producción barata y comercial. Así por ejemplo, en el cine, se ha preferido dividir a la industria (acomodaticio nombre) en géneros, división que deja en igualdad de condiciones (por diferir tan sólo en la temática y el tratamiento del tema) a películas tan disímiles como El Chacotero Sentimental y Ciudadano Kane. Es lo mismo, parece, y sencillamente se trata de gustos diferentes. Tal vez sea así, que para distintos tipos de personas, haya distintas clases de obras, pues ellas también se distinguen según sus motivaciones y costumbres.

Pero entonces, la pregunta qué nos formulamos es la siguiente: ¿a qué es a lo que tradicionalmente se ha llamado arte, y por qué se ha dado este nombre a ciertas obras y no a otras? ¿Qué es lo que de común tienen estas realizaciones?

Pensemos por ejemplo en los llamados clásicos. Obras como Cien Años de Soledad de García Márquez o Crimen y Castigo de Dostoievsky; 8½ de Fellini y 2001: Odisea al Espacio de Kubrick; la Novena Sinfonía de Beethoven y Gracias a la Vida de Violeta Parra. ¿Qué es lo que ocurre ante estas obras que parece no ocurrir en otras aún dentro de sus mismos géneros? De uno u otro modo, parece que podemos decir: estas obras nos conmueven. Y es que, independientemente de nuestras preferencias personales, marcadas por su asociación con nuestras experiencias personales o con nuestras ideas y cosmovisiones particulares, nos encontramos con otras obras que logran producir un especial impacto afectivo en nosotros. Y es que, desde herramientas distintas (la imagen, la palabra, la armonía, la forma), y perspectivas y discursos diferentes, dichas obras abordan el problema de la existencia. De una u otra forma, lo que se problematiza y se muestra en ellas es el sentido del mundo y de la propia experiencia. No proponen una teoría ni un modelo del mundo, pues todas ellas son, por una parte, ficciones, y por otra, realizaciones siempre particulares, subjetivas y contingentes. Pero haciendo énfasis en los distintos aspectos de la vida humana (el dolor y la felicidad, el asombro y la incertidumbre, la soledad y el amor, la memoria y la esperanza), proponen una imagen con sentido para la totalidad de nuestra experiencia. En palabras más sencillas, nos permite decir: el sentido de la vida es… No se trata de que este mensaje esté explícito, y puede que ni siquiera sea claro. Pero el hecho de que en dichas obras podamos reconocer un fin y un sentido que dan coherencia a la historia, la escena o el movimiento, nos permite concebir que las mismas escenas de nuestra vida podrían tener algún sentido desde alguna perspectiva, sea como tragedia, milagro, comedia o radical absurdo. En otras palabras, nos hacen experimentar esa sensación de sentido, y sentimos así reconocida nuestra propia humanidad. Y en ese sentido, la obra logra ser universal. Valiéndose de una ficción particular y arbitraria, el artista señala algún aspecto fundamental de la existencia.

Y sin embargo, todo esto no implica declarar qué deba decir una obra, de qué debe tratarse una película o qué historia debe contarse en una novela. No hay un principio a priori que señale el contenido que necesariamente debe abordar una obra de teatro para ser buena, para ser arte. Sólo constatamos a posteriori que en esa experiencia algo se nos ha comunicado. Tarkovski, el magistral director ruso, comenta en su libro “Esculpir en el Tiempo”, que aunque muchos de los espectadores de sus películas le enviaban cartas de molestia (sin duda motivadas por el carácter casi filosófico de sus películas, que contrasta con el carácter hedonista y autocomplaciente de nuestra sociedad), otros se dirigían a él manifestando su perplejidad, al sentir que en dichas películas estaba literalmente reflejada su vida.

Ahora bien, esta capacidad de comunicación comprehensiva (en tanto que no entrega mera información, sino que conmueve, empatiza y da sentido) manifiesta en el arte, no es un aspecto menor. A fin de cuentas, al problema de la incomunicación humana, raíz de vivencias tan distintas como la soledad, la intolerancia, el rechazo y la violencia, es parcialmente resuelto en la obra, cuando menos mientras dura la película. Y es que en efecto, mientras miramos los créditos, o nos recuperamos de cierta pieza musical, algo nos dice: “tu dolor también es mi dolor...”

Y es esta experiencia de comunicación y reconocimiento lo que nos mueve a ponderar de buen grado unas obras por sobre otras. Es más, ni siquiera es necesario que se trate de una experiencia intelectual, de la aceptación de un discurso específico, como ocurre por ejemplo con la música. Siendo así, esto nos permite pensar que, si la experiencia estética no es una operación racional, no tiene por qué estar necesariamente vinculada con los ideales de la razón – para el caso, el ideal de belleza. Sin duda es esa una de las posibilidades de la obra de arte, la más elevada y noble quizá, pero la proliferación de formas de arte que enfatizan el absurdo, el horror (aunque no pensamos aquí en su caricaturización entretenida), el desorden, la discontinuidad, la cacofonía, logran también comunicar otros aspectos de la vida humana. Piénsese por ejemplo en ciertas obras de David Lynch, John Zorn, Stockhausen, Giacometti, Takaashi Mike, entre muchos otros, en donde la deformidad, el desorden, lo siniestro, opacan la idea convencional de belleza. Poniendo énfasis, sin duda, en el desamparo de una humanidad frágil, confundida y exhausta.

Y sin embargo, todo esto es visto, con frecuencia, como algo irrelevante y ocioso, y preferimos pensar en el arte como una forma de entretención, de evadirnos del cansancio del trabajo o de satisfacer nuestras carencias afectivas más inmediatas. Alguien que nos haga reír una vez al día, o que nos permita participar aunque sea como espectador de vivencias prestadas, de placeres negados, de pobres victorias ajenas. Nos sentimos conformes si vemos nuestras convencionales y autocomplacientes ideas retratadas en la película, que los hombres son así, que las mujeres son asá, que el héroe se salva y que la princesa se queda con su príncipe.

Por lo demás, ¿de qué sirve el arte a fin de cuentas? Y ante una pregunta tan utilitaria, no sabemos qué contestar. Pero lo cierto es que no todo se trata de respuestas pragmáticas y sintéticas. Quién soy, qué es la vida y cuál es mi lugar en ella no son cuestiones que sirvan para pagar las cuentas o para traer pan a la mesa, y sin embargo son de las cuestiones más fundamentales en nuestra existencia íntima y colectiva.

Entonces, ¿para qué sirve el arte? Quizá, más que preguntarnos esto, deberíamos reparar en algo más central y enigmático. Pues, si bien reparamos en la obviedad de que somos humanos, olvidamos comprendernos como organismos vivos, cuestión que sólo consideramos en términos formales y abstractos. Y desde esta óptica, cabe preguntarse: ¿por qué existe este organismo capaz de tener experiencias estéticas – del mismo modo que es capaz de conocer, de amar, de creer y de crear? ¿Por qué hay en la naturaleza este ser capaz de formularse preguntas acerca de la naturaleza, capaz de comunicarse y de formularse proyectos?

Estas son preguntas que nos llevan por el camino del asombro, y cuya indagación nos lleva más allá del terreno del arte. Pero reparar en ellas no es una pérdida de tiempo, pues lo que está en juego allí no es sólo el sentido del arte, sino de la vida humana en general. Y nos invita, ante todo, a salir del cascarón de nuestras ideas preconcebidas y conformistas, y tratar de ver un poco más allá de nuestras propias narices.

1 comentario:

Camila Mardones dijo...

El otro dìa me pillè al arte por la calle y màs que una trampa que debe tomarse en serio, fue algo extremadamente serio que por làstima no tomè por broma.
Por que si hubiese sido capaz de tomarlo como una broma, no hubiese quedado con estas marcas en los brazos, en las pupilas en las piernas, pero què màs da? Es una señorita simpàtica, se puede tomar un cafè con ella y se burla de tus intentos de nada.
Pero claro, siendo una excelente amante no debe ser una chica de prostituciòn, cuantas veces he odiado hermosos textos, hermosas frases, hermosos vacìos para promocionar una pasta de dientes que nos hace vomitar, pero allì està lo maravilloso, lo maravilloso y lo sublime de poder entrar por la boca de esta señorita y darse cuenta què cosas son realmente producto de sentimientos y emociones -màs allà de la emociòn de vender por cantidades-.
Por que es cierto, es dificil marcar la diferencia, si inevitablemente todo podrìa ser enmarcado dentro del arte, hay muchos a quienes le gusta la ropa de la Cecilia Bolocco, cada uno con su tema.
Por que yo me encuentro con la señorita a veces y es cierto que me escupe, por profanar su nombre con catarsis ordinarias, por ensuciar su perfil con cacofonìas atorrantes, por esconderme bajo su cama y ser pocas veces lo que desearìa ser.
Muchas gracias por visitar mi hogar, ahogàndose en intentos de nada.
Le manda un saludo la señorita.