Quererte mientras duermes
es fundar un culto a tu divagar callado, a tu ausencia plácida
a tu respirar suave en tu migración inmóvil.
Al borde de la cama
monto guardia, acecho
sostengo vigilia en una madrugada de noviembre
atento, como quien mira el mar desde un acantilado
el vaivén regular de tus olas
la inmensidad quieta de tu presencia desvanecida en la noche.
Toco tu frente
y contemplo
la ondulación de un flequillo cayendo en tus párpados
trazo el contorno de tu boca pequeña
la ruta de tu cuello
el remanso de tus pechos.
Monto guardia, acecho.
Tu barca flota más allá de donde alcanza mi mirada
distante en la remota penumbra
más allá
en el corazón de un océano que ruge quedamente en la oscuridad extensa y sin medida
te abrazo y fallo
te envuelvo en caricias que no te alcanzan
en una torpeza pobre que no llega a tu zozobrar profundo.
Las horas de la madrugada no avanzan
y en un vacío del tiempo persisto
en quererte mientras duermes.
El breve espacio que ocupas en la cama
es el corazón magnético de la tierra
polo norte estelar, núcleo y epicentro
tu latir pulsa y moviliza las mareas
gira y canta el viento en torno a tu forma dormida.
Es por tu sueño que cae la noche,
como forma brumosa que envuelve a las cosas
privadas todas de su color hasta que anuncies de nuevo el día
y si la voz de la noche es el silencio
es porque tus labios callan y permiten apenas
como una concesión piadosa
el cantar de las bandurrias insomnes
el susurro entre las ramas, el croar lejano, el latir de las calles abandonadas.
Tu presencia muda irrumpe
destella
mantiene a los astros en su sitio
traza el curso de los planetas
el crisol tibio en tu pecho
prepara en secreto los colores del alba.
Quererte mientras duermes
es fundar un culto a tu divagar callado
a tu ausencia plácida
mientras mi trasnochar de acólito deriva perdido y loco
insensato
en una contemplación sin miedo
en la tensión incomprensible de mi piel por tu silueta menuda y frágil
en la espera del despertar de tus ojos
y la revelación de un mundo que puede iniciar de nuevo
creyente fanático redimido
en la expectación de la epifanía
con la que me darás los buenos días.
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