lunes, noviembre 18, 2024

Oda a la Estupidez

 

 

Pensara el biógrafo

O cualquier clase de espectador que presenciase esta comedia

Que cantar a la idiotez constituye un agravio

Un atentado contra la dignidad de las letras

Un espantoso oprobio, ofensivo a la memoria de los literatos muertos.

 

Se siente – dirá el observador desconfiado –

bajo las sobrias lápidas moverse

El crujir de huesos honorables en sus mullidos féretros

El revivir súbito e inflamado

De los viejos poetas

De los prominentes nóveles que no se prestarían para estas tonterías.

 

Y sin embargo canto

A la idiotez consumada y completa

A la tontería redonda y simple

A la charada sagaz e insolente.

 

A la idiotez – mas no a cualquier clase de idiotez,

 

No a la del que se ufana con los logros ajenos

Al que proclama la importancia de sus méritos con tono solemne

No la del narciso delirante que presume sus títulos imaginarios.

 

“No estoy para espacios poco académicos,

Mi estatura de destacada figura no está para borrachos infantiles”

– Dirá una voz desde su encumbrada altura.

 

No canto, sin duda, a la seriedad de rigor mortis

A la sobriedad demasiado pronto póstuma.

 

No cantaría – no osaría hacerlo –

Al servil y al pusilánime

A las cáscaras del bótox y la silicona

Al confidente de las ratas.

 

Si se ha de cantar

Y por mucho que sea mofa

Ha de ser a algo por lo que valga hacer un brindis.

 

Canto y celebro

A la estupidez que se sabe y elige idiota

Al clown irreverente

A la irrupción ridícula que evitar no pueden

quienes conocen el absurdo destino de las cosas

 

Felicítese la parodia

Que en su broma acusa sin respeto

La ridiculez de las ficciones compartidas.

 

Oda al chiste impropio en el momento inoportuno

A la risa aguda y estridente.

 

Oda a la idiotez que se sabe idiota

Al que interrumpe con deliberada sandez

La homilía sacrosanta de los jefes

Y de las rúbricas bien construidas.

 

Celebro y aplaudo

al estúpido que después de un número arbitrario

Manda a chupar algo entonces.

 

Festejo la broma ridícula de los niños viejos, y que bien saben

Que somos siempre en el fondo

y hasta la hora en que se cierre el boliche

Sólo niños que juegan a ser adultos.

 

Celebro al payaso que se elige payaso, y que bien sabe

Que sólo la impostura es la respuesta a un mundo pomposo

Demasiado serio

Demasiado formal

Demasiado correcto.

 

Saben los bufones que tras los contornos impecables

De los horarios demarcados

Las galas emblemáticas

El desfilar de los estandartes y las banderas

Se esconde un absurdo espantoso.

 

Sabe el payaso que mira calaveras

Que se toman demasiado en serio su rol de alfil o paje

En un tablero de juegos con reglas que

– Olvidan las calaveras –

Son todas inventadas.

 

Qué espantosa comedia damos los adultos

Qué ridículos nos vemos en nuestro traje de ejemplar empleado

Pidiéndonos permiso para repetir pantomimas

Para ser nombrados en el noble espacio

Para ser parte de la soberbia ceremonia.

 

Bien pensada

La mofa también debiera recaer

Sobre la gravedad de estas letras:

Que alguien haga caer

– Por favor, lo imploro –

Una bombita de agua sobre mi cabeza.

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