Cuatro rosas de plástico
abrazan a un Cristo oxidado:
su semblante
sus costillas
y por el musgo y la lluvia
su fisonomía deformada y carcomida.
Su gesto tan solo persistente
su promesa inconclusa
sus manos abiertas y estrechando
un silencio sostenido, apacible y campestre.
Tus nietos bribones
se persiguen entre las callecitas en el vecindario de los muertos
merodean las tumbas sin pedir permiso
buscando la más curiosa, la más conspicua
el nombre más raro
la fecha más antigua.
Un techo de nubes grises
de la lluvia se abstiene todavía
y en la distancia resuena tan solo
intermitente y diáfana
la canción de las bandurrias y los loros.
¿Saldrás de tu mutismo, padre?
¿Te zafarás de tus tres metros de tierra
y harás a un lado las flores frescas que te traigo
para concluir esta pena callada
esta lágrima lenta
con uno de tus abrazos?
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