algunas tardes
el rojo crepuscular logra descocer mis costuras viejas
y el zurcido metódico, el remendado trabajo de años de contener la herida
se vence
se abre
se expone
y la herida respira
inhala profundo el aire atareado de mis cuarenta años
inhala y hacia dentro
bajo una atmósfera densa, brumosa y púrpura
en medio de un bosque de ramas quebradas
al borde un riachuelo modesto
sentado sobre la roca vestida de musgo
juega un niño que observa las golondrinas
su mano sostiene piedrecillas de colores
colecciones de hojas
semillas y temores
rajado el cielo por un costado
abierto a dolores que no envejecen
un aliento repetido exhala su invierno
el niño mira el enorme tajo cenital
y se pregunta si alguna vez
cuando sea grande y viejo
dejará de sentir esta soledad triste de chiquillo roto
es hora de volver a zurcir la herida
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