La comprensión ordinaria de dios lo asume como un creador, como una subjetividad al margen del tiempo, antropomorfa y con preferencias subjetivas. El señor posee sus propósitos, su finalidad para el hombre, su objetivo para la creación. Pero nada exige que el principio de todas las cosas sea nuestra imagen y semejanza.
Pues si hay algo sagrado en este mundo, es algo más que esa mera proyección que el feligrés dominical se figura a partir imágenes y parabolas que no comprende.
Para encontrar lo sagrado, los hombres deben renunciar a los dioses que veneran, despojarse de sus rosarios y quebrar sus crucifijos. Nada hay allí que no haya puesto el antes el hombre.
Para encontrar lo sagrado, los hombres deben romperse a sí mismos, quebrarse como vasijas de greda, trizar la máscara tras la máscara en el espejo.
Todo lo que conoces es falso, como tu nombre y las casas de arena.
Y sin embargo, hay algo verdadero en lo falso.
Existes. Toca la rosa y no eres tú.
Las piedras, la primavera y su sequía, el alba de los bosques y el fulgor de mil soles estuvieron antes que ti. Y sin embargo faltaba tu palabra.
Existes. Y también otros antes que tú no supieron quienes eran hasta morir de insomnio y hastío. Cansados de la repitición absurda de lo mismo, salieron temprano al colegio, al trabajo y al sepulcro. Lloraron también demasiado tarde lo que habían perdido o evitaron pensar en ello.
Y sin embargo, dejaron para tí la narración inútil que es la narración de cualquier hombre.
Algo se aprende de ella, aunque sólo la aprendas por tí mismo.
¿Qué encontraron? ¿Adónde se fueron?
Ni quiera sabes quiénes son en verdad tus padres, ni podrás recorrer hacia atrás los pasos de tus ancestros innumerables hasta encontrar las respuestas que se niegan.
Verdadero, real, hermoso y sin embargo murmuraciones falaces.
Sólo tienes este día para vivir.
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