A su modo, cada ser humano, en la medida que comprende o intuye lo efímero de sus actos, lo perecedero de cualquier relación con el mundo por la brevedad y contingencia de la propia vida. Nada queda de nosotros en los lugares que estuvimos, no más que la memoria. De los pactos del ayer quedan las cenizas y todo lo que un día se espera del porvenir deviene algún pasado y olvido. Nada, ni aún nosotros mismos, queda en lo que ha sido ya.
Nuestros actos son pequeños, la pisada de una hormiga más en el mundo. En veinte años más, este momento se habrá perdido.
Que lo que ha sido mi existencia (no por su mera posibilidad ciertamente, sino por su contenido de sedimentos vivenciales míos), perdure más allá de mi muerte. Que lo que he sentido, lo que he visto con mis propios ojos, mis heridas y mis pequeñas victorias, no desaparezcan un día like tears in the rain.
Es ésta la motivación detrás de cada filósofo que quiso pensar una fórmula que contenga en si el sentido del mundo.
Pero, ¿tiene esta inclinación un objeto? ¿Por qué existe?
Una hipótesis es que la cultura sea un instrumento para la conservación de la especie, una conducta intersubjetiva que hace perdurar un legado espiritual y social, y con ello el arte, la religión, la filosofía, la ciencia, la política. Y así, persistiendo la cultura, se sostiene en el tiempo un marco de referencia básico para la continuidad de la vida humana.
Pero, ¿por cómo es posible un fenómeno tal en la naturaleza?
¿Cuál es la finalidad de que haya mayores niveles de conciencia en la naturaleza? ¿Qué clase de fenómeno es la conciencia – o hasta que punto es un fenómeno?
Que haya libertad y que dos personas se entiendan son eventos demasiado extraños como para querer entender todo esto.
[Importa la paradoja]
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