




Lluvia y azote del viento como primavera. Melancolía, aún de niño. Recuerdo haber visitado con mis padres una ciudad fantasma (muy al sur de Punta Arenas), lugares desiertos (pampa), etc.
Recuerdo siempre aquel día en que, a los 11 años, mientras jugaba en mi pieza colgando soldados de plástico por las paredes con trozos de lana, y tenía una batalla imaginaria entre las fuerzas del bien y las ínfimas tropas del mal que imaginaba yo en mi cabeza. En ese instante, jugando en ese ánimo frente a mi closet, por primera vez emergió una lucidez cristalina pero mortal. Pensé: "nunca más volveré a ser niño, y estoy dejando de serlo para siempre".
Y ese pensamiento, que apenas entendí en ese momento, fue un ser consciente de mí y en una forma dramática. Y me puse triste. Porque con ello pensaba que dejaría de jugar con juguetes, de divertirme de esa manera. Vi mis juguetes inútiles, sucios, olvidados.
No volver a ser un niño. Ser consciente de ello. Pensar: "esto va a morir". Esa lucidez.
El desagarro de la autoconsciencia, de tener idea de lo que significa que todo pase, que todo es pasajero, que las personas que estimas son personajes que pasan por un escenario, que nada hay que permanezca incolume a través de los años.
Y esa sensación, la de esa tarde, desde entonces nunca me ha vuelto a dejar.
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